Post by Velocet on Nov 25, 2005 3:36:50 GMT 1
Una bonita historia de amorl
Erase que se era, hace mucho, mucho tiempo, antes de la lluvia, antes de la nieve, Alubio. Alubio vagabundeaba por ahí, solitario cual gamusino de alcantarilla, cuando un bonito día le dio por hacerse con un caldero y cuatro palos.
Allí estaban, a la sombra de un ladrillo: el caldero, los cuatro palos y él. Fijaba su mirada en el caldero. Fijaba su mirada en los cuatro palos. Los condimentos, que siempre los llevaba encima, fueron elegidos minuciosamente; ésta sería su obra maestra. Pero faltaba una cosa: líquido, posiblemente agua. Miró a su alrededor: un botijo de base obtusa, vacío, por supuesto; un cenicero de papel, fabricado en sus tiempos mozos, sin usar (no fumaba); un elefante; un palo de fregona plantado dentro de un macetero (éste, misteriosamente y pese a los esfuerzos de su dueño, no daba flores). La situación no prometía mucho. Los condimentos esperaban dentro de una bolsita, ansiosos por ser de utilidad y enseñar al mundo todo lo que habían aprendido durante seis meses de fermentación intensa.
Alubio permanecía pensativo, sentado. Sin líquido no había nada que hacer, y aquello no era bueno, nada bueno, pues de un cocido con caldo a otro sin caldo, hay un abismo.
Al cabo de los días, durante los cuales Alubio se había mantenido en ayunas, apareció un camión cisterna que se acercaba lentamente por el camino que bordeaba su más que digna chabola.
Arrojose Alubio al camino sin pensarlo dos veces y cuál fue su sorpresa (la de Alubio) al videar a una bella damisela bajar del camión. Morena de ojos claros (marrones, realmente, pero a Alubio dadas las circunstancias de insalubridad en las que se encontraba todo le parecía, más que claro, clarísimo), con una sonrisa de 4x3, delgada con un top blanco (improbablemente de la empresa) que realzaba la sonrisa de sus pezones y un micro-pantalón recortado por donde las nalgas toman su nombre (improbablemente de la empresa) que también realzaba su otra sonrisa. En definitiva tres sonrisas que dejaron prendado al pobre de Alubio.
Embelesado y un poco desconcertado (pues no sabía a qué sonrisa atender) contole a la joven sonriente la historia de su maestro cocido y de las dificultades en las que se encontraba. Esperaba que la joven pudiera proporcionarle manque solo fuera un cubo de los seiscientos hectolitros de agua que el camión portaba (en realidad esperaba que la joven pudiera proporcionarle unas cuantas cosas más, pero el cocido era primordial). Pero Gomersinda, que así era como se llamaba la susodicha, no podía acometer tal favor: el grifo del camión estaba roto.
Gomersinda habría hecho cualquier cosa por Alubio en aquel momento pues el apuesto vagabundo, además de apuesto, tenía dos paquetes: uno con condimentos de extraña naturaleza y otro. Uno de ellos era de un tamaño desorbitado y Gomersinda le daba poca credibilidad a la leyenda urbana relativa a la importancia del tamaño.
…
Bueno amigos, el tema es que por “h” o por “b” allí no se pudo cocinar el puñetero cocido y al cabo de nueve meses Gomersinda tuvo un niño con cara de hortaliza (Alubio esperaba que hubiera tenido cara de leguminosa, pero como más tarde conocería, era infértil).
Moraleja: por muy primordial que sea, el cocido siempre puede esperar.
Erase que se era, hace mucho, mucho tiempo, antes de la lluvia, antes de la nieve, Alubio. Alubio vagabundeaba por ahí, solitario cual gamusino de alcantarilla, cuando un bonito día le dio por hacerse con un caldero y cuatro palos.
Allí estaban, a la sombra de un ladrillo: el caldero, los cuatro palos y él. Fijaba su mirada en el caldero. Fijaba su mirada en los cuatro palos. Los condimentos, que siempre los llevaba encima, fueron elegidos minuciosamente; ésta sería su obra maestra. Pero faltaba una cosa: líquido, posiblemente agua. Miró a su alrededor: un botijo de base obtusa, vacío, por supuesto; un cenicero de papel, fabricado en sus tiempos mozos, sin usar (no fumaba); un elefante; un palo de fregona plantado dentro de un macetero (éste, misteriosamente y pese a los esfuerzos de su dueño, no daba flores). La situación no prometía mucho. Los condimentos esperaban dentro de una bolsita, ansiosos por ser de utilidad y enseñar al mundo todo lo que habían aprendido durante seis meses de fermentación intensa.
Alubio permanecía pensativo, sentado. Sin líquido no había nada que hacer, y aquello no era bueno, nada bueno, pues de un cocido con caldo a otro sin caldo, hay un abismo.
Al cabo de los días, durante los cuales Alubio se había mantenido en ayunas, apareció un camión cisterna que se acercaba lentamente por el camino que bordeaba su más que digna chabola.
Arrojose Alubio al camino sin pensarlo dos veces y cuál fue su sorpresa (la de Alubio) al videar a una bella damisela bajar del camión. Morena de ojos claros (marrones, realmente, pero a Alubio dadas las circunstancias de insalubridad en las que se encontraba todo le parecía, más que claro, clarísimo), con una sonrisa de 4x3, delgada con un top blanco (improbablemente de la empresa) que realzaba la sonrisa de sus pezones y un micro-pantalón recortado por donde las nalgas toman su nombre (improbablemente de la empresa) que también realzaba su otra sonrisa. En definitiva tres sonrisas que dejaron prendado al pobre de Alubio.
Embelesado y un poco desconcertado (pues no sabía a qué sonrisa atender) contole a la joven sonriente la historia de su maestro cocido y de las dificultades en las que se encontraba. Esperaba que la joven pudiera proporcionarle manque solo fuera un cubo de los seiscientos hectolitros de agua que el camión portaba (en realidad esperaba que la joven pudiera proporcionarle unas cuantas cosas más, pero el cocido era primordial). Pero Gomersinda, que así era como se llamaba la susodicha, no podía acometer tal favor: el grifo del camión estaba roto.
Gomersinda habría hecho cualquier cosa por Alubio en aquel momento pues el apuesto vagabundo, además de apuesto, tenía dos paquetes: uno con condimentos de extraña naturaleza y otro. Uno de ellos era de un tamaño desorbitado y Gomersinda le daba poca credibilidad a la leyenda urbana relativa a la importancia del tamaño.
…
Bueno amigos, el tema es que por “h” o por “b” allí no se pudo cocinar el puñetero cocido y al cabo de nueve meses Gomersinda tuvo un niño con cara de hortaliza (Alubio esperaba que hubiera tenido cara de leguminosa, pero como más tarde conocería, era infértil).
Moraleja: por muy primordial que sea, el cocido siempre puede esperar.